El caníbal


  Y con sus garras infectas y agrietadas de tantos y tantos desgarros ya cometidos, con las uñas incluso oxidadas, repletas de restos de carne, sangre y vísceras; y la sonrisa vampiresca, plagada de dientes afilados y puntiagudos, se abalanzó sobre su víctima, recreándose con el sufrimiento de quien en unos segundos recibiría la más brutal y repulsiva de las muertes…Arañó, o más bien escarbó en cada capa de piel que predecía al preciado manjar, y lo hizo con saña y con regocijo, salivando ante la imperiosa necesidad de devorar aquél pedazo de carne esponjoso, palpitante, sangrante… Sus oídos se deleitaban con los agudos gritos de su víctima, disfrutaban sus ojos observando el rostro de su víctima adornado ahora por muecas de dolor y repugnancia ante lo que poco a poco se iba convirtiendo en un sanguinolento y descompuesto boquete en su pecho, extendiéndose este desde su seno izquierdo hasta el derecho…
  Y después de devorar a carrillos llenos el frágil corazón de la mártir, de relamerse una y otra vez los labios chorreantes de líquido bermellón, se marchó, arrastrando los pies, dejando tras de sí un reguero de pieles muertas y sangre.
  Ahora tan sólo me queda este olor a podredumbre.

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