Ella le amaba tanto o más de lo que amaba el aire que le
ayudaba a vivir. Le amaba con una pasión desmedida propia sólo de quien es
esclavo de un amor sangrante y profundo, una pasión ardiente que le consumía en
fuego cautivo las entrañas y que en las noches de sexo a solas en su alcoba le
hacía soñar que las manos que la tocaban bañadas en inocente pecado eran las de
él, que sus alaridos de placer le hacían delirar a él, que el calor que sentía
no era otro si no el que el cuerpo de su amado le regalaba en un roce íntimo y
acompasado contra su tierna desnudez. Ella mezclaba estas sensaciones con un
llanto desconsolado y acallado contra la almohada cuando descubría
desesperanzada que en el otro lado de la cama tan sólo le esperaba el más
triste vacío. Ella le quería por encima de todas las cosas, le quería más allá
de sus años, los cuales le hacían si cabe más deseable aún por serle prohibido,
aunque más prohibido le hacía el hecho de pertenecerle en cuerpo y alma a otra
mujer. Sabía que iba contra toda moral, incluso la suya propia, el desear algo
que le estaba completamente vedado pero ¿de qué le servía una moral que sólo le
daba infelicidad, que no hacía nada más que ahogar en una laguna de censura
retrógrada los deseos de tenerle entre sus brazos? Pensaba a veces si no era
laudable el hecho de quererle por ser esto lo que alimentaba su alma y su vida.
Y él también la
amaba a ella. Y lo hacía con un frenesí acompasado en su mano derecha,
acompañado por el sordo jadeo de su nombre, culminado por el líquido ardiente
de un amor que caía desperdiciado en un pañuelo y acababa en la basura. Y él
sufría por no poder darle a ella una vida colmada de besos y caricias, por
saber que ella se conformaba con poco más que saberle a él ahí, al otro lado de
una fría pantalla que amurallaba un amor creciente en la distancia. Maldita la
distancia que se empecinaba en marchitar sentimientos que día a día llenaban de
calor un corazón derretido ya por las llamas de un querer perpetuo.
No atendían a
razones de lógica que, en asuntos como este siempre tiende a desmontar los
dictámenes del más puro y salvaje de los sentimientos. Y así vivían su pasión
clandestina los dos enamorados, entre imágenes congeladas y palabras que
prometían futuros imposibles, entre pasiones carnales que no serían consumadas
y deseos que sólo serían cumplidos en ardientes fantasías. Y así sería hasta
que el destino en su caprichoso afán por recolocar el mundo habría de
separarlos por vez definitiva
Sin aliento, el corazón dolorido con lecturas como esta. Entras hasta la medula, Alma.
ResponderEliminarEres un cielo plagado de estrellas...
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